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jueves, 31 de marzo de 2011

La historia del primer artista de la historia.

Parte 1ª
Érase una vez, porque todos los cuentos empiezan así, no por nada en particular, sino porque se ha estandarizado esta forma para dar a entender a los niños que lo que van a continuación a oír será una de las más brutales historias camufladas bajo las más bellas palabras...(no se extrañen, todos los cuentos para niños son maquiavélicos: envidias, )
...pues érase que se era...ah, me equivoqué, perdón.
Había una vez, ¡coño! lo hice de nuevo...bueno ¡qué más dará!, el caso es la historia, no como empieza, ni tan siquiera quién la cuenta.
Al grano pues: hubo una vez (perdón por volver a repetirme de nuevo) que resultó que dentro de un grupo de seres había una con una forma de ser diferente: no hablaba. Sólo se dedicaba a mirar atentamente lo que pasaba a su alrededor. Participaba en los rituales como los demás pero los veía de una forma diferente. Siempre presente, siempre distante.
Pero ese ser tenía un don, sabía hacer algo que los demás no sabían. Era una cosa que había ido aprendiendo por su cuenta a escondidas de los demás, mientras estos se dedicaban a otras cosas de tipo más banal.
Él mientras se esforzaba, era como una posesión diabólica que no le permitía más que pensar en aquello que tanto le inquietaba y le hacía trbajar horas y horas duramente (más cerebral que físicamente, todo hay que decirlo). No podía parar. Por las noches eran sus sueños, por el día los pensamientos nublaban su visión.
Solían decirle que se bajase de las nubes, ya que a veces se quedaba con la boca abierta y hasta le llegaba a caer algo de baba. De ahí luego sacaron, unos cuantos años más tarde, la expresión de "estar en Babia" pero con otro sentido diferente, que venía a significar  más o menos lo mismo (más bien menos que más).
El día en que mostró sus habilidades a los demás estos quedaron maravillados de aquel saber hacer, de aquellas magnificas obras que parecían poseer luz interior, vida propia, como si un ángel hubiese bajado del mismo cielo para hacer semejante proeza. No podía haberlo hecho un ser cualquiera. Alguno de los espectadores afirmó extasiado que se trataba de la mano del mismo Dios, el mismo Dios que los proveía de todo lo que necesitaban: alimentos, vestimentas, hogares para protegerse de las inclemencias del tiempo...
Ese día el mono "autista" (que así le decían) enseñó unos cuantos maragatos pintados en una pared al fondo de la cueva junto con una especie de pequeñas figuras talladas en las rocas. 

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